Tu piel tiene muchas cosas que contarte y tiene muchas maneras de hacerlo. Simplemente has de prestar atención para saber lo que necesita para su equilibrio. Muchas veces se cree erróneamente que para tener una tez perfecta basta con aplicar un cosmético, pero en una piel sana y cuidada también influyen factores como el descanso, la alimentación, la práctica de ejercicio, el clima, el estrés o la salud. Por eso es importante interpretar bien las señales que te manda e ir a su ritmo, naturalmente.
Cada piel tiene unas características diferentes y para lo que unas es bueno para otras no lo es tanto. Empieza por conocer el tipo que tienes: normal (una piel equilibrada, con buena hidratación y tono uniforme, más común en niños), seca (deshidratada y falta de grasa, con aspecto apagado), grasa (con exceso de sebo y propensa a las imperfecciones, más gruesa y con el poro dilatado), mixta (un híbrido entre normal y grasa) o sensible (reactiva a factores externos y a algunos cosméticos). Conocer tu tipo de piel te ayudará a elegir mejor los cosméticos que necesita para que todos esos principios activos preparados con mimo para un cutis específico puedan ejercer el efecto deseado y no el contrario.
Pero la piel va cambiando a lo largo de la vida. De hecho, es muy dinámica y, de alguna manera, muta a diario, aunque la regeneración celular completa se da cada 28 días. Por eso tiene más sentido adaptar su cuidado a lo que está experimentando en lugar de sabotearla con el uso de ingredientes poco adecuados, por mucho que gusten o estén de moda.
¿Qué quiere decir mi piel cuando…?
Está muy seca. Si no se tiene ninguna afección cutánea, como dermatitis atópica, la pérdida de agua de la capa externa puede deberse a varios factores como el clima (frío y viento), la calefacción (reduce la humedad), la aplicación de agua muy caliente, a exfoliar mucho la piel, al uso de detergentes abrasivos o a tratamientos médicos. Una buena hidratación desde el interior, con la ingesta de agua, y la aplicación cosmética de una hidratante contribuirán a restaurar esa capa.
Está inflamada y con granos. Las imperfecciones se forman cuando las células muertas de la piel y el sebo crean un bloqueo dentro del folículo piloso. Si la piel no se exfolia con regularidad habrá más células muertas en la superficie del cutis, lo que aumentará las probabilidades de brotes. Los peelings deben ser suaves para no dañar las capas más internas.
Tiene manchas. La piel se defiende de la radiación solar con la activación de la melanina, que le da el tono más oscuro. Las manchas suelen aparecer cuando no se protege del sol, aunque también pueden deberse a cambios hormonales. Lo ideal es utilizar protección solar a diario. Además, incorporar un antioxidante, como la vitamina C, crea un escudo adicional.
Hay rojeces. Es un signo común de una barrera deteriorada por factores externos, como el frío o la contaminación, pero también se debe a cambios bruscos de temperatura y a la ingesta de alcohol. El enrojecimiento de la piel también está relacionado con la rosácea, una afección cutánea que aparece cuando la piel deja de ejercer su función protectora.
Reacciona al aplicar ciertos productos. Se debe evitar inmediatamente su empleo y ver cómo responde la dermis. La piel puede experimentar sensibilidad a algunos ingredientes. Si así sucede es mejor identificarlos para no utilizarlos.
Está tirante después de una limpieza. Se ha utilizado un producto demasiado agresivo y se ha resecado. Lo más lógico es aportar ácidos grasos para restaurar la barrera.Se ve apagada y cansada. La falta de sueño, una mala hidratación o alimentación pueden tener que ver. También la exposición a los radicales libres, que intervienen en el envejecimiento prematuro. Una suave exfoliación eliminará las células muertas y la aplicación de un antioxidante con vitamina C aportará luminosidad a la piel.